
PASTORAL
El padre Gimnasio, prelado, pastoreaba los culos de las niñas y los niños, pastorcillos de mi pueblo Vallelado de Cuéllar, en Segovia.
En sus exhortaciones para prepararles para la Confirmación y Comunión solía meterse la mano por debajo de la sotana haciendo toques circulares con la mano derecha en sus partes íntimas, haciendo que los ojos de los críos y las crías se pusieran en estado bucólico, perdiendo ellos y ellas todo el interés por la pastoral.
-Mamá, esto es un drama bucólico, le decía el niño Nicomedes Pastor a su madre.
-Este es un cabrón de pastor, le decía Económica Cienfuentes a su padre.
Los padres de las crías y los críos no podían hacer nada, pues sabían que su pueblo, como todos los demás, son terreno de pasto abundante para estas caballerías de clerecía.
Por pedófilo le había enviado su Iglesia a San Juan de Pasto, en la provincia de Colombia y, de allí, tuvo que huir porque abusó de cualquier culito que se moviera y sirviera para sustento obsceno y criminal de su prurito carnal.
El padre Gimnasio, cuando pastoreaba, todo lo veía como pasto para sus llamas, y, para él, su miembro era esa porción de comida que se da de una vez al ave de cetrería.
-Qué buen pasto me voy a dar hoy, le escuchaban murmurar las beatas cada vez que entraba en la Sacristía o Pastoforio, como decían en el pueblo de Pasto de Colombia, en los días de Confirmación y Comunión.
En su huida de San Juan de Pasto se volvió a España, instalándose de nuevo en Vallelado de Cuellar, lugar de pasturaje abierto o común, sin comunicar nada a su Iglesia o prelado segoviano.
En su primera pastoral, se presentó como “el que guarda, guía y apacienta el rebano”. Este buen pastor dijo que venía de Lugo y que su ejercicio de pastorear o apacentar el ganado lo hacía en pastorela, influenciado por la lengua gallega.
El pueblo lo asumió y aceptó sin más miramientos por su voz cantante de timbre agradable, y por tener el pelo pasudo como el pelo crespo de los negros, sin reconocer que sus hijas e hijos serían pasto o hierba de este animal carnal, un cabrón de buey muy amado y estimado.
-Daniel de Culla