El pueblo puede hablar,
pero hay gobiernos sordos.
El pueblo tiene hambre:
-Pedimos trabajo, no limosna- dice.
Si cambiamos las armas por el voto
y si el voto nos trajo la esperanza,
esa esperanza debe concretarse
en una realidad con piso firme:
No queremos gamines en la calles,
rechazamos la infancia depravada
degradada, olvidada y explotada;
queremos que los niños crezcan
empuñando una pluma, no un fusil.
Demandamos una democracia fuerte,
no socabada por la burocracia,
ni soterrada con promesas falsas.
No queremos más violencias ;
nos duele la sangre fraternal.
No queremos más torturas,
más soldados mutilados,
más vírgenes violadas,
más madres viudas,
más dolor reprimido,
más niños huérfanos
que a fuerza , maduros se tornaron
sin disfrutar sus años de ilusión
y a la calle salieron
sin saborear su infancia,
y convertidos prematuramente
en cabezas de familia abandonada.
La sangre joven de nuestros soldados
niños-soldados que por fuerza fueron
arrancados del nido aún caliente
en plena adolescencia y sin reparos,
¡justicia clama, clama una respuesta !
¿Dónde va nuestro grito por la paz?
¿Es que no tiene un eco, acaso?
¿Cómo la sociedad se manifiesta
ciega, muda, inepta y sorda
en tan absurda, feroz, violenta y cruel
devastadora forma contra el hombre
que los humanos han llamado “guerra”?
¿No es absurdo pensar que nuestros hijos
enfrentarán una escalada humana,
feral y atroz del hombre contra el hombre,
midiendo así la fuerza que devasta
en cuerpos mutilados, absurdamennte inertes,
que en insensato saldo humano
entre humo y escombros se verán
en un macabro cuadro, lógicamnte triste?
¿Quién tiene entonces la victoria?
El vencido sin tierra,
o el vencedor con tierra enajenada
por el destino que a polvo nos reduce ?
¿Quién tiene la razón ?,
el vencedor con tierra que le sobra
o el vencido que tiene la certeza
de que vencido fue con trapisondas?
No queremos ver llegar el nuevo día
sin saber si un mendrugo al fin tendremos
para aplacar el hambre de los niños,
de los ancianos y las madres fecundadas.
¿Dónde están nuestros campos que antes fueran
del imperio del verde las praderas,
donde el bucólico paisaje señoreaba
y la paz se campeaba por doquier,
no amedrentada en cada corazón,
y no engarzada en la punta de un fusil?
Cansados ya venimos
de una jornada larga de ilusiones,
de doctrinas inciertas, sincretistas,
o tentativas de posibilismo,
que no se cristalizan en justicia.
Cansados ya venimos de promesas
que generan angustia y desespero
dejando atrás los sueños perseguidos,
y en busca de una tierra prometida.
¿Dónde está la justicia que no emerge
del lodazal de brazos implorantes?
¿Dónde la honestidad quedó empeñada?
¿Dónde el honor se ha ido?
¿En qué aquelarre se prostituyó?
¿En qué tétrico concilio se vendió?
¿Cuál fue el sórdido precio?
Ya el pueblo harto de miseria corre
-harto de hambre, sin fe desenfrenado-,
por una pista sombría y silenciosa
con un mutismo rencoroso y torvo;
con un reproche cabalgando su alma
que grita la injusticia y el olvido
y escupiendo asqueantes ignominias.
Ya el pueblo harto de miseria ruge
como en sorda prisión, enardecido,
recordando cadalsos que sin juicio
segaron vidas y apagaron sueños
de libertad, soldando las cadenas
de una latente esclavitud que emplea
de libertad, macabra una careta.
No más hambre, no más éxodos tristes
abandonando patria, hermanos,
para buscar amparo en otros cielos
dejando atrás amores y paisajes.
¡No más éxodos tristes,
no más pasajes sin retorno
para vivir después de la nostalgia
en ostracismos colmados de esperanzas
con el alma colgando adolorida
del cielo de la patria que se deja
en un abrazo de “hasta luego”
y luego ese “hasta luego” se convierte
en un amargo adiós ya sin regreso?