Implorante y humilde en su delirio,
el poeta ha pedido suplicante,
enardecido en su éxtasis sagrado
ante el mágico hechizo de su Orfeo,
tener también la música y el verso
entre las nobles sienes con fulgor.
Ha pedido el poeta en su ansiedad:
De la intrépida ola, el ímpetu y el ritmo;
del manso lago, la serenidad;
del misterioso ocaso, el místico momento;
del viento entre los pinos, el susurro;
del vago rosicler, su transparencia;
del rumor de la noche, su misterio;
de la rauda gaviota, el ingrávido vuelo;
del águila bravía, la fuerza de sus alas;
del agua entre las rocas, el murmullo;
del viento en los trigales, su aura alada;
de los ocasos malva, su perfil en las sierras;
de Véspero en las tardes, su aura iluminada.
Ha dicho el bardo suplicante,
humilde y grande en su delirio sacro:
¡Dame el poder, Señor, de la palabra
que en gema se convierta sobre el surco!